domingo, 21 de abril de 2013

Consejos para navegar sobre balsa bien construida, sin penar de dolor

       Realmente son envidiosos los dioses que habitan las olímpicas cimas. Hasta mi isla remota, bañada por las espumosas olas del mar violáceo, ha llegado hoy el mensajero divino de sandalias aladas. Tras pasar entre el frondoso boscaje que guarda mi cueva, poblado de alcotanes y búhos y regado por fuentes que dan de beber a violetas y apios que crecen en torno, me ha encontrado sentada al calor de la lumbre, mientras hilaba con oro y cantaba sin saber que allá lejos el rey de los dioses se dejaba persuadir en mi contra por la diosa que porta la égida. 

      Le he ofrecido los dones de huésped, ambrosía y néctar rojizo, y preguntado qué quería de mí, pues mi alma me impulsa a cumplir lo que es hacedero. El divino Argifonte me ha transmitido la orden de Zeus de que deje partir sin demora al que hace siete años tengo por marido, pues ha de regresar a su excelsa mansión y el país de sus padres. Ese hombre que vive porque yo lo salvé cuando erraba en el mar subido sobre un leño de su destrozado barco. No soportan los dioses que las diosas elijamos esposos mortales conforme a nuestros gustos. Y el infeliz de Odiseo no para de gemir y lamentarse sentado en la playa o en los acantilados, pues prefiere partir junto a su esposa mortal y gozar de la luz del regreso a quedarse conmigo gozando de una vida fácil y eterna. 

Calipso y Odiseo (ca. 390-380 a.C.)



        Está bien. Como carezco de naves con remos o amigos que le acompañen en el nuevo viaje que ha de emprender, le daré consejos y lo que más necesita para hacerse otra vez a la mar: unos largos maderos, un hacha y unos mantos que sirvan de velas, para que construya su esquife con tiempo. Y en la balsa le pondré dos odres, el más grande con agua, y en un saco de cuero meteré numerosos manjares sabrosos al gusto. Le vestiré con vestidos que le protejan del ardiente sol, cubriré su cabeza con el gorro que distingue a los bravos marinos de las gentes de interior, y le diré que se deje llevar por la suave brisa que pienso enviarle sin perder jamás de su vista la carta de navegación con que he de ayudarle a encontrar su destino. Como los nervios son malos para acometer cualquier empresa, le diré que madrugue y esté pronto a partir a la hora prevista y no olvide que siempre conviene llevar en el saco ese ingenio pequeño, invento sin duda de Hefesto, que permite oir voces de lejos y conservar para siempre lo que ante los ojos dura tan sólo un segundo, y la varita mágica capaz de disparar para escribir de variopintas maneras.

     Dentro de muy pocos días, al alejarse de Ogigia, Odiseo me verá por última vez, envuelta en un blanco vestido ceñido de oro, cubiertos mis trenzados cabellos por un velo sutil. Parte dispuesto a sufrir de nuevo, sin compaña ni ayuda de dioses ni de hombres mortales. Séale el viaje leve. 

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[¡Qué complicadas son a veces las diosas cuando hablan...! Pues yo he mirado la mochila de Odiseo y lo que lleva dentro es una botella de agua, un bocadillo, una gorra, un bolígrafo y el teléfono móvil...

        Firmado: Una de las siervas de Calipso, que sale sólo en Odisea V 199, como si yo y mi compañera  no pintáramos nada en esta historia...]



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