martes, 17 de febrero de 2015

La importancia de una cicatriz junto a la ceja

     ANCIANO.- Hija, contempla a éste, a quien tú más quieres.
     ELECTRA.- Hace tiempo que no estás ya en tus cabales.
     ANCIANO.- ¿Que no estoy en mis cabales por contemplar a tu hermano?
     ELECTRA.- ¡Anciano! ¿qué palabras inesperadas has pronunciado?
     ANCIANO.- Que estás viendo aquí a Orestes, el hijo de Agamenón.
     ELECTRA.- ¿Qué marca miro en la que pueda confiar?
     ANCIANO.- Una cicatriz junto a la ceja, la que se produjo un día al caerse cuando perseguía contigo a una cervatilla en el palacio de tu padre.
     ELECTRA.- ¿Qué dices?... Sí, veo la prueba de su caída.
     ANCIANO.- ¿Y después de esto tardas en postrarte ante tu ser más querido?
     ELECTRA.- Ya no, anciano, mi corazón está convencido con tus señales. ¡Oh, por fin has aparecido y te tengo inesperadamente...!
     ORESTES.- También yo te tengo por fin*.

     Una oportuna cicatriz junto a la ceja le basta a la Electra euripidea para reconocer al fin al hermano ausente y añorado. Es cierto que no había reparado en ella hasta que el anciano esclavo que  puso a salvo a Orestes niño tras el asesinato de Agamenón, se lo hace notar. Había otros indicios para el reconocimiento: un mechón de pelo rubio, la huella de un bota, la edad..., pero nada resulta más concluyente que una oportuna cicatriz, como la de Odiseo, tan conocida por la anciana Euriclea.

     Pues bien, quienes se adentren en los personajes trágicos sobre los que gira la Gymkhana de este año, deberán indagar en sus rasgos externos y su iconografía, para ser capaces, sin la ayuda de ningún anciano ni joven servidor, de reconocerlos tal como aparecen en alguna de las piezas que conserva el Museo Arqueológico Nacional.

Electra y Orestes- Imagen: R. Mariño




* Eurípides, Electra 567 ss. Traducción de José Luis Calvo Martínez, Editorial Gredos, Madrid 1978